Historia

Nuestra Semana Santa mantiene una evolución histórica similar a las principales celebraciones de este corte en España. La génesis de esta manifestación popular y religiosa la encontramos en las cofradías (hoy asociadas a la Semana Santa) que, en su origen y durante siglos, realizan labores sociales y celebran, en paralelo, fiestas asociadas a la Semana de Pasión y Muerte de Jesús. En los siglos XIX y XX la Semana Santa adquiere su conformación actual cuando las cofradías son sustituidas por instituciones civiles o religiosas de nueva índole y desaparecen sus funciones sociales.

Orígenes

En 1751, el Padre de la Cavallería y Portillo ya recopila la tradición histórica de la Semana Santa en Villarrobledo y refiere la existencia de la Cofradía de María Magdalena (hoy desaparecida) y de las Hermandades del Santísimo Cristo de las Injurias, Nuestra Señora de la Soledad, Cristo del Huerto (hoy desaparecida), Cristo de las Penas (hoy desaparecida) y Santo Sepulcro.

Sin embargo, las primeras notas documentadas relativas a la Semana Santa en Villarrobledo se remontan al siglo XVI. En 1571 está fechado el documento más antiguo del que se tiene constancia: el «Libro de Ordenanzas de la Hermandad de Nuestra Señora de la Soledad», actual cotitular de la Cofradía del Santo Sepulcro. En este caso, también se trata de las Hermandades más antiguas aun vigentes y, en su vertiente social, eran las encargadas de realizar los enterramientos tradicionales.

Como apuntábamos en la introducción, estas organizaciones realizaban ritos procesionales anuales en la Semana de Pascua, circunstancia que se fomentaba desde las propias parroquias mediante la aparición de cofradías más cercanas al sentido ritual y festivo de la Semana Santa. Sobre ello abunda Virgilio Espinar, en su libro “Iglesias y Conventos de Villarrobledo”, escribiendo acerca de la advocación a la Dolorosa de una capilla del mismo nombre cercana al antiguo Convento de Franciscanos, desaparecido en el siglo XIX. También destaca que, en la Parroquia de Santa María, existió el culto y la Hermandad del Santo Cristo del Huerto, imagen íntimamente relacionada con la Semana Santa y que también refiere de la Cavallería y Portillo. Sobre esta advocación y su organización poco se conoce y desaparece en el transcurso de la edad moderna.

Mención especial merece la Hermandad de Moharras o Cristo de las Injurias, cuyo origen es común a la propia Semana Santa villarrobletana, aunque su vinculación con ella no tiene lugar hasta el siglo XIX, cuando se aprueban los estatutos y se institucionalizan los símbolos y hábitos de la cofradía, que curiosamente, adopta las características de la Orden de los Trinitarios Calzados (hábito con estola blanca y cruz bicolor trinitaria). Espinar remonta al siglo XVII la veneración al Cristo de Moharras en la Parroquia de San Blas si bien, anteriormente, se conocía este culto en la vecina localidad de Minaya. Dado que se trata de una imagen venerada en una aldea de nuestra localidad, Moharras, y que ya desde la Edad Media realizaba romerías en dirección al núcleo central de Villarrobledo; la imagen se traslada definitivamente a la parroquia matriz de San Blas debido al ruinoso estado de su templo de origen. Tampoco es descartable que la adopción del hábito de los trinitarios por esta Cofradía fuera ya establecido por el mismísimo Virrey Morcillo en el siglo VII, considerando que ésta era la Orden que su ilustrísima profesaba.

El siglo XVII pese a ser un siglo de crisis económica, supone un lento crecimiento de esta fiesta en la localidad con un incremento en el número de cofradías que se mantendrá hasta la primera mitad del XVIII.

Siglo XVIII

La evolución de nuestra Semana Santa en la segunda mitad del siglo XVIII se ralentiza y no hay noticia de cambios significativos durante un siglo. Esto se debe, más que a una crisis de fe, a una crisis económica que deriva en desploblamiento y afecta, sobre todo en las primeras décadas del XIX, a la sociedad civil y con ella a la Semana Santa.

Sin embargo y pese a todo, parece que la Semana Santa en Villarrobledo gozaba de buena salud todavía durante el XVIII, ya que existía una ermita dedicada exclusivamente al reposo de imágenes: la Iglesia de la Soledad. Junto a las ya mencionadas y para completar el conjunto de pasos necesarios para el desarrollo de una Semana Santa íntegra en su función catequética -aunque este apartado era secundario con respecto a la función ritual mortuoria principal en la vida de las cofradías-, encontramos una nueva imagen, la Virgen de la Soledad, titular del templo, y quizá algunas otras que han desaparecido sin dejar rastro.

De la Cavallería establecía una distinción entre hermandades y cofradías, teniendo las primeras ordenanzas, hachas de cera y estandartes, mientras que las segundas sólo se basaban en el culto popular. Como vemos, existían una serie de ritos externos (procesiones) con estandartes y velas gruesas con las que acompañar a los santos. Un esquema que vemos también en el XIX en el caso de Moharras. Las Fiestas de Pascua tenían su importancia en el seno de las cofradías; pero era aún más la presencia de hachones y estandartes en los entierros de los hermanos que llevaba a las cofradías a realizar procesiones, durante todo el año, en función del fallecimiento de hermanos.

Por lo que se refiere a los ritos externos de Pascua y para completar la gran cantidad de pasos y advocaciones tradicionales cabe señalar la existencia de una Virgen de las Angustias y un Resucitado en San Blas previos a la Guerra Civil, aunque de antigüedad indeterminada. Del mismo modo, en la Iglesia del Convento de San Bernardo existía culto a Jesús Camino del Calvario (Jesús del Perdón); aunque se desconocen otros pormenores.

Resulta complicado, con los datos que tenemos, imaginar la Semana Santa de aquellos años (niveles de coordinación en las procesiones, calendario, riqueza suntuaria, etc.); pero existen indicios para pensar que era mantenida fundamentalmente por la Hermandad del Santo Entierro y la Dolorosa que son, junto a la Soledad, las que sobreviven a la crisis del XIX. Es tradición inveterada en la localidad el desarrollo de la Procesión del Santo Entierro el Viernes Santo por la noche, aunque es difícil datar su origen. También, y en secuencia lógica, el desfile de la Dolorosa correspondiendo con su día; aunque en ocasiones ha salido en procesión el Domingo de Ramos.

Se desconoce el grado de participación de la Hermandad del Santo Cristo del Huerto y de una cuarta, la del Santísimo Cristo de las Penas, de las cuales se pierde la pista posteriormente. La Cofradía de María Magdalena, de menor rango que las demás, pues carecía de la parafernalia de las hermandades, presentaba mayor riesgo de desaparición, haciéndolo sin dejar rastro entre los siglos XIX y XX. La Semana Santa inicia un proceso de languidecimiento que abarcará un siglo entre mediados de los siglos XVIII y XIX.

Siglo XIX

Las crisis, económica la del siglo XVIII y política la del XIX, han retraído la Semana Santa que volverá por sus fueros en la segunda mitad de este siglo. Los actos y procesiones particulares que llevan a cabo las cofradías en ocasiones, se desarrollan en los templos y no tienen proyección en la calle.

A las imágenes de Semana Santa se suma la del Cristo de las Injurias o Moharras. Pese a que su advocación era más antigua si cabe que las del resto de cofradías, como adelantamos, se mantuvo durante largo tiempo ajena a esta fiesta.

Tanto la Guerra de la Independencia como la Carlista, además de las revueltas liberales, influyen notablemente en la Semana Santa y en las cofradías. A esto hay que sumar las distintas visiones religiosas existentes que van desde la más liberal, que admite la religión aunque la circunscribe al ámbito civil; hasta la más apostólica, partidaria del control de la sociedad desde la religión católica. Incluso los cofrades villarrobletanos pudieran haberse adherido a unas u otras tendencias como demuestra la adopción de la banda de la Dolorosa de uniformes liberales que aún hoy se mantienen.

Sin duda, podemos hablar de un antes y un después en la Semana Santa de Villarrobledo con las reformas del siglo XIX. Las cofradías establecen sus estatutos y se separan definitivamente de la vida civil, adquiriendo una identidad exclusivamente religiosa. Se trata de un siglo en el que la sociedad española, al amparo de los regímenes liberales, conforma una administración laica.

Sin embargo, se produce una crisis de identidad de las cofradías que viven una importante decadencia de la que sólo se reharán a finales de siglo. A muchas se les pierde el rastro y la dualidad hermandad/cofradía desaparece. Las cofradías que sobreviven: Dolorosa, Santo Entierro y Moharras se reorganizan ofreciendo, todavía fundamentalmente, auxilio espiritual a los hermanos finados, quedando todavía el apartado festivo externo como secundario frente a la visión espiritual. Con la crisis, las imágenes habían abandonado en algunos casos las calles, desapareciendo cofradías y hermandades; aunque conforme avance el siglo volverán a retomar las procesiones.

Así, y dentro de las prácticas religiosas entre finales de siglo y principios del XX va tomando mayor importancia el aspecto festivo frente al luctuoso. Aparecen los trajes actuales inspirados en otras festividades o bien en órdenes religiosas y la función catequética se impone a la espiritual.

Siglo XX

Tras unos momentos de decadencia y casi de extinción con motivo de la nueva Guerra Civil, la Semana Santa vuelve a resurgir en la posguerra y se convierte en la expresión cultural y religiosa que conocemos en la actualidad donde el apartado externo festivo cobra mayor importancia que el espiritual. De hecho, la costumbre de acompañar episodios mortuorios desaparece. El apartado externo e iconográfico de la fiesta se magnifica y las muestras externas de fe dan lugar a un crecimiento de las procesiones; es por ello que durante la Guerra Civil las imágenes se convierten en iconos a abatir. Tras el final de la contienda, el fenómeno es más acusado pasando a ser el elemento principal y casi único de la Semana Santa.

A partir de los años 40 comienzan a surgir nuevas Cofradías que hasta ocho (sólo quedaban tres) completan la actual distribución. La aparición de nuevas cofradías es una constante en la década de los 40 viviéndose un relanzamiento de la fiesta sin precedentes. Se alcanza el máximo apogeo de la fiesta en los años 50; aunque posteriormente vivirá tiempos de crisis desde los 60 hasta los 80. Otras fiestas como las patronales o el Carnaval, gozan de mayor acogida entre el público y organismos intervinientes. Viviéndose un lento languidecimiento que culmina a principios de los 90.

Posteriormente la reorganización de la Junta de Hermandades supone un nuevo relanzamiento como el que se vive en la actualidad. Las Hermandades y Cofradías pasan a convertirse en el principal activo de promoción cultural y patrimonial de la sociedad, realizándose una gran inversión en patrimonio que podría cifrarse en 300.000 euros, sin contar las inversiones particulares en vestuarios y atuendos propios. El patrimonio histórico acumulado de las cofradías podría ascender a 1.800.000 euros.

En torno a 3.500 personas participan habitualmente en los desfiles procesionales en el seno de las cofradías, mientras que otros tantos participan en la vida o mantenimiento de las mismas; sin estar tan presentes en los actos externos. Toda la ciudad se vuelca como público, o circunstancialmente como penitentes, en los actos celebrados en la Semana de Pascua.

El record de participación de nazarenos y penitentes en la Procesión del Entierro está en torno a las 10.000 personas entre penitentes y público, en unos dos kilómetros y medio de procesión; manteniendo pese al alto número un alto grado de solemnidad y calidad. En este tipo de procesiones hay rigurosas normas de vestimenta y comportamiento que se exteriorizan en ritos impresionantes.

(Fuente: Wikipedia).